domingo, 15 de abril de 2007

Algunas tradiciones aseguran que para el hombre no hay persona con quien uno se sienta más cercano que con su adversario.
Es así que uno escucha gente decir que "para hacerse amigo inseparable de alguien uno tiene que haberse agarrado a trompadas con él". Otros aseguran que "la esencia de las personas se muestra en la forma en que se combate". También estan aquellos que para testear a los pretendidos novios de sus hermanas deben aporrear al candidato para comprobar de que acero esta hecho.

El caso es que en el fragor de la lucha uno siente una cercanía intima con su adversario. Esa intimidad que se comparte en ese espacio común que es la lucha, los adversarios se vuelven protagonistas solidarios en esa obra. Es así como, indefectiblemente, uno siente la necesidad del otro, cualquiera sea el causa que motive la lucha.

Más allá de estas palabras desordenadas, se me ocurrió decir dos palabras acerca del respeto y la amistad con el adversario.
El profundo respeto que uno siente por su adversario es un respeto que para mí sólo es comparable al que le tengo al mar cuando desafío su fuerza avalanzándome sobre sus olas. Respeto que tambien se puede traducir en admiración. Admiración que no es sumisión ante la fuerza sino que se manifiesta mayormente en la forma en que pelea el adversario. Por ende, admiración que funciona en sentido positivo y negativo (léase: "que bien que pelea" o "pelea sucio").
Además del respeto está la amistad. Amistad en el sentido de que los adversarios comparten una experiencia en común, una vivencia de la que son protagonistas y que les es propia. Tal vez el único punto de comparación sean las experiencias sexuales. Dos personas unidas en una experiencia común, intraducible y no fungible.

Esta inocua reflexión debe terminar con los guantes puestos o como los muchachos de la foto!!

1 comentario:

Juani Serenellini dijo...

Desde que tuve un morentón en mi maxilar por una semana por un golpe tuyo me siento más cerca.

Ciro también sabe de lo que hablo.