miércoles, 29 de agosto de 2012

Cosas que enfurecen (sin reflexión)

En los últimos tiempos he tenido la oportunidad de viajar un poco con un ojo puesto en las maravillosos paisajes y arquitecturas de los lugares que recorría y con el otro puesto en mi acotado bolsillo.
El ojo bizco - el de la derecha - estaba pendiente de las cuentas, los presupuestos y los números que se amontonaban detrás de aquella pirámide que dice que confía en Dios para soportar el peso de una moneda.

Con las primeras compras apareció una rabia inexplicable, incontenible y furiosa. La causa era tan sencilla (y ahora cotidiana) como llegar a una caja a pagar y que lo que tenía que pagar fuera más de lo que el precio de venta del producto informaba.
Primera reacción típica de argentino: "éstos me quieren cagar."
Segunda reacción igualmente típica: "a mí no me van a cagar."
Tercera reacción aún más típica: quejarse, protestar y hacer el papel de víctima, sin sentir que se ejerce la premisa de que "el cliente tiene la razón" sino en la que "el que habla más fuerte, gana."

Pasadas las primeras reacciones llega el momento de una explicación sistémica del otro lado: "es que al precio de venta debe sumarle los impuestos".

Reacción: "el Estado me esta robando. Malditos. Hay que votar a los Republicanos!"

Una vez salido del negocio, ya con el producto que quería y con un poco menos de agresividad propia de quien siente que se tuvo que defender de que le tocaran el culo una vez más, llego el momento de la reflexión al pasar.

¿Por qué me enoja tener que pagar el impuesto?
Mejor dicho  ¿por qué me genera más rabia la sorpresa de un impuesto adicionado al precio de compra que el silencio de un impuesto excesivo incluido en el precio?

Acostumbrado a la famosa y omnipresente frase de "IVA incluído", lo que no me percaté en un primer momento era de que aquello del IVA incluido, lejos de hacerme un favor como consumidor, estaba disfrazando - por no decir lubricando - el feroz impuesto del 21% a cualquier producto, incluyendo aquellos de necesidad básica.

Entonces, ¿por qué enojarme cuando me dicen claramente cuanto estoy pagando en impuestos en cada compra en vez de encubrirlo automáticamente en el precio final? 

 21% vs 6-12% de impuestos sobre un producto es una diferencia demasiado grande en términos económicos cómo para que la forma (encubierta vs explícita) y el momento (en la consulta del precio vs en el momento del pago) en que uno percibe el pago de impuesto provoquen reacciones tan extremadamente distintas.

De ahi sale la reflexión de que a la hora de comprar o de quejarse, no sólo importa cuanto te graven sino más bien cómo y cuando te hacen saber cuanto y cómo te van a cobrar.

domingo, 25 de marzo de 2012

Nada mejor que entender una cultura diferente en la cama

Viniendo de un país sudamericano como la Argentina en donde la presencia cultural de los Estados Unidos es relativamente influyente nunca pensé que me iba a sentir en un mundo completamente distinto. De hecho aún hoy, a casi 7 meses de mi llegada, me sigo despertando con la sensación de que me faltan parámetros culturales familiares y que vivo en un mundo como el que se ve en las películas, pero que no por mucho verlo se hace propio e inteligible.

Una de las cosas que más me impactó cuando visité la primera vez este país era ver la cantidad y calidad de cosas que los estudiantes tiraban a la calle terminado el año escolar.
Cuando llegué por segunda vez volví a encontrarme con el mismo fenómeno: sillones, colchones, muebles, bibliotecas, zapatillas, lámparas, cajas, artículos de librería, juguetes, articulos decorativos, entre otras cosas. Muchos de ellos en un estado que caracterizaría entre "bueno", "usable" o "recuperable".
Obviamente visto desde la perspectiva de alguien que viene acostumbrado a un país en donde no prima la cultura del reciclaje ecológico pero donde es casi un uso y costumbre extendido el reciclaje socio-económico.

¿A qué me refiero?
Para los entendidos en la cultura argentina podemos mencionar categorías sociales tales como la existencia de botelleros (basta recordar "Hijitus" y escuchar el grito de Larguirucho, o actualmente pasar por la salida de algunos boliches de Lanús y encontrarse con quienes recogen las botellas del fin de semana en carros tirados por caballos) o la sociolaboralmente humillante pero humanamente digna multiplicación de los cartoneros.
Pero ¡ojo con creer que es un fenómeno nuevo o exclusivo de los pobres!
Es mucho más extendido de lo que solemos percibir. En Argentina aun se pueden escuchar verbos como "remendar"; encontrarse mercerías donde se hacen "arreglos de ropas", una infinita cantidad de oficios ligados a las "reparaciones": técnicas, mecánicas, informáticas, de la vivienda; descubrir palabras como los "pitucones" (que además es una palabra simpática), los "parches"; e incluso llegar a las más versátiles expresiones para expresar la posibilidad creativa de darle continuidad a la existencia de algo (material o simbólico) que da evidentes muestras de desgaste: "atar con alambre".
La cultura del reciclaje socio-económico también tiene su expresión en el mundo de la publicidad. "Lo que La Gotita pega... nada, nada lo despega". Una verdadera poesía del marketing. Una rima digna de Calamaro. Una promesa de continuidad para aquello que se ha roto. Un desesperado grito por salvar aquello que se cree perdido. En fin, un recordatorio de que aún si el gato ha perdido una vida, aún le quedan seis.

En Estados Unidos los gatos, como las cosas, parecen tener menos vidas. Parece que su vida útil también dura menos. Pero también hay más gatos. Los gatos se reproducen y se sustituyen más rápido y en proporciones monstruosas (y con miradas horizontales).
Y así como los gatos de ciudad deambulan por los callejones y calles traseras donde va a parar lo que la gente desecha, los colchones descartados duermen a la intemperie, en el exilio de las habitaciones. Allí los veo a la espera de ir a algun basurero. Aquellos colchones que alojaron sueños, llantos y amores, se tiran sin mayores consideraciones. A veces porque llegó un colchón más nuevo, más grande, más lindo, más promocionado. Otras veces porque alguna mancha o un agujerito se transforma en un estigma deshonroso. Pero muy seguido, cíclicamente, porque sus dueños se mudan y les sale más barato deshacerse de todas sus pertenencias que trasladarlas.
Y es un mundo en donde el moverse a lo largo y ancho de un enorme país es moneda corriente. Lo que hace que los colchones florezcan en primavera en los callejones de las ciudades como las flores de los árboles en los jardines. Un paisaje impactante. Todo depende si uno ve las calles principales o si se aventura en la trastienda de la cultura.
Blanca Lema me mostró el valor descriptivo de la basura. Ahora lo descifro en cada callejón, lo leo en cada estación y me canta cual sirena a Ulises pidiéndome que descarte mi colchón sin más miramientos.
Ahora creo entender: es más barato conseguirse uno nuevo que recuperar el actual. Nadie pregunta su estado. Nadie considera repararlo. Nadie se ofrece al rescate.
No hay remendador. No hay parche. No se lo puede atar con alambre.

Ahi tienes tu callejón. Sal por la puerta de atrás. Qué nadie te vea.
Ya llega el nuevo. El último modelo. El radiante.

(Lo que no sabe el feliz ignorante es que al atravesar la puerta ya se ha vuelto descartable)